Cuando encontré la punta del ovillo interior
Esta fue sin dudas la clave de mi búsqueda, cuando descubrí que había encontrado la punta del ovillo de aquello que me sacó de casa a descubrir el mundo: mi primera experiencia con arte étnico.
Fue un centro de arte aborigen en Yuendumu, un remoto pueblo en el centro de Australia, a unos 300 km de Alice springs la ciudad más grande del desierto.
Los pobladores son de la tribu Walpiri, antiguos guardianes del desierto y unos 400 perros que ladran el día entero dándole un característico sonido al lugar. Más un puñado de no aborígenes que puede contarse con los dedos.
Ahí se me pasó volando un mes. Fue sin dudas la experiencia que le dio un giro total a mi camino viajero y sobre todo a mi vida. Esos días entre arte me inspiraron a encontrar el propósito de lo que quiero hacer. Esos momentos llave que abren algo nuevo e inimaginado por dentro.
Mi vida en pueblo aborigen australiano
En el pueblo, me recibieron los otros voluntarios de diferentes paises. Una simpática china que lo primero que me preguntó es si tenía mate porque lo extrañaba mucho. ¡Y vieron cómo nos brillan los ojos cuando un extranjero dice que le gusta el mate!.
También una italiana que con toda su emoción, me dijo: “Cuando terminemos vamos a visitar al vecino, que vivió en Argentina y va a estar feliz de conocerte”. Se refería al almacén de al lado.
Esa fue mi primera salida al pueblo, que no había visto más que desde la ventanilla del auto. Debo confesar que asusta a primera vista, lejos de la prolija Australia, la tierra es profundamente roja, hay basura por todos lados, autos abandonados y nadie usa zapatos.
Así comenzaron mis frecuentes visitas a Frank, el vecino, con mate en mano. Nacido en Holanda, vivió su infancia en Buenos Aires y las vueltas de la vida y la minería lo depositaron en Yuendumu, de donde nunca quiso salir.
Los nativos lo llaman “yapa”, como uno más de ellos; aunque es blanco y de ojos claros, es un walpiri más. Un amante de la historia y apasionado de los idiomas, habla un porteño perfecto, porque dice nunca quiso dejar de practicar; si se olvidaba del español, ese argentinito de 12 años que llevaba dentro se iba a morir.
Me contó la historia del pueblo, los temas políticos y mil y una anécdotas. Si hay cosas raras, encontrar un casi compatriota en medio de ese desierto era algo que no estaba ni cerca de mis planes.
Grandes desafíos de los lugares chicos
Aprendí que los lugares chicos te ponen a prueba, pero me gustaron los desafíos grandes que me planteó este pequeño lugar, donde todo el tiempo que pensaba tener libre no me alcanzó, porque la gente rebalsaba de actividades para compartir.
Descubrí que el aburrimiento pasa a ser una cuestión de dónde enfocamos los intereses.
Unas 15 manzanas, 3 negocios del estilo polirrubro, la escuela, la policia y el centro de arte en medio del desconocido desierto rojo de Australia.
Es un pueblo seco: está prohibido el consumo de alcohol, decidido por la comunidad aborigen ya que el ingreso del alcohol a sus vidas, como otros productos al que sus cuerpos no estaban acostumbrados, trajeron muchos problemas de salud y sociales.
Hoy los niños tienen escolaridad bilingüe en inglés y walpiri. Ellos decidieron eso ya que la lengua materna es parte de su identidad.
Lo que hay para ver es naturaleza virgen en su máxima expresión, escondidas en los secretos “dream time” de las comunidades.
Les dicen “etapa de sueño”, pero en realidad habla de su pasado, de las enseñanzas, de cómo ellos se transmiten los conocimientos de generación en generación, de cómo explicaban las formaciones naturales, el clima y la creación del mundo.
Los puntos de colores que ellos entrelazan en sus bastidores muestran su manera de percibir el universo, otro punto de vista, una perspectiva que sólo ellos saben apreciar.
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Descubrí que el aburrimiento depende de nuestros intereses
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Arte en el remoto interior australiano
El centro de arte de Warlukurlangu artists es literalmente el centro del pueblo. En su mayoría, las que pintan son mujeres de todas las edades. Es reunión social para ellas también.
El centro les da bastidores lisos. Una vez listos, reciben un cheque por un porcentaje del monto total y recibirán el resto cuando la obra sea vendida. Con lo ganado todos los años se hacen obras en el pueblo, como la pileta pública.
Algunas mujeres han viajado por el mundo a exposiciones y ferias. Hablé con varias, aunque al principio es difícil entablar conversación. Están acostumbradas a que todos nos quedamos un tiempo y nos vamos, y todos preguntamos lo mismo. Pero, de a poco, cuando te ven la cara varios días seguidos empiezan a abrirse.
El pueblo fue reinstalado. Les devuelven en billetes las tierras, la generación perdida, el haberlos querido eliminar cuando ellos estaban acá desde antes. Tuve la hermosa sensación de estar en el detrás de escena, y conocí a bellas personas y enormes artistas de casi 90 años que nacieron en el monte.
Aprendí palabras en walpiri y hasta tenía mi “skin name” (nombre de piel) Nakamara. Su estructura de familia es distinta a la nuestra.
Es muy complicado de explicar, pero todos de alguna manera están relacionados, el “skin name” determina tu relación familiar con otros, aunque no haya lazo de sangre. Así se organizan y se protegen entre todos. Todo se basa en compartir; nada es de propiedad personal.
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Esos momentos llave que abren algo
nuevo e inimaginado por dentro
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Una de las artistas y vecina nos enseñó a hacer collares con semillas. Armamos un fogón y las perforamos con alambre caliente una por una. Cuando me encontré sentada en la galería, con el mate, rodeada de pinturas, había conseguido hilos y estaba armando collares, me di cuenta de que la esencia realmente se lleva con uno.
Estaba en el medio de la nada, sin ningún elemento de artesanía, ni tijera tenía, y estaba creando. Lo que somos no se escapa, no se va, solo se vuelve a reinventar con lo que hay.
Íbamos de excursión a ver el atardecer junto a una laguna donde veíamos aparecer tropillas de caballos salvajes y saltarines canguros, ver la naturaleza en su máxima expresión, mientras nosotros tratábamos de pasar desapercibido.
Comimos cola de canguro cocinada por mujeres aborígenes de forma tradicional. Hacen fuego en un pozo en la tierra y luego ponen la carne, lo cubren con tierra para generar esta especie de horno.
Excavamos gusanos witchery, unos gusanos blandos sedosos y bastante grandes, como del tamaño de un dedo, que crecen en las raíces de las plantas. Son fuentes de muchas vitaminas. Los aborígenes lo comen; yo no me animé al verlos moverse.
Crecer desde adentro : apredizajes de vivir tierra dentro
Hay una frase que dice que “en los lugares menos pensados, a la hora menos pensada, se encuentra la mejor gente”. Y creo que así fue, cruzar en mi camino con personas increíbles, historias dignas de libros, personas que quedaron marcados en mí.
Descubrí que cuanto más se sale del camino marcado el viaje es proporcionalmente más intenso; que se puede aprender un idioma con solo mirarnos a los ojos; que el aburrimiento es una cuestión de intereses.
Allá donde hasta el color intenso del suelo y el calor del desierto parecen latir, en esos recónditos pueblos del interior, es donde laten las venas abiertas de este país, donde está la cultura nativa más viva.
Australia tiene muchas caras, como sus interminables rutas, pero allá adentro es donde tiene el corazón.
Sentí que había descubierto un nuevo mundo escondido, que el arte de sus cuadros comunicaba y llegaba donde sus voces querían ser calladas.
Y despertó el mí la curiosidad de seguir el camino del arte étnico, con la seguridad de saber que mantener esas culturas vivas es responsabilidad de todos, una expresión de identidad cultural que nos hace pertenecer al lugar que habitamos.
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