Pasados los profundos abrazos de aeropuerto, más las 15 horas de vuelo, la eterna espera en aeropuerto de Chile, aterricé en Sidney. Sí, ya estaba del otro lado del mundo, donde quería. Con visa de working holiday para estar por un año, arrastrando la valija, los sueños, los miedos.
Ahí me recibieron abrazos argentinos, esos de familia. Con sabor a milanesas con puré, sabor a casa del otro lado del globo, para que el aterrizaje no fuese tan duro.
Una pareja de amigos, de mis vidas en el país kiwi, me ofreció alojamiento. Ver caras de otro lado, historias de antes en otro país es extraño y reconfortante saber que esos lazos traspasan las historias. Saber que eso que viviste con nuevos amigos, en países que no son de uno ni otros, te une más. Y ahí llegué, aún de noche, a Manly. Ya la había visto una vez hace años, es de esos lugares mágicos, siempre dije que tenía algo especial que te atrapaba. Hice intentos de irme, por conveniencia de transporte o lo que fuese, pero Manly no me dejó. Alguien me lo había dicho, llegas y no te podes ir, es así tiene una telaraña que te deja pegado o hipnotizado en la playa de la que no podes despegarte.
Ver LA PLAYA, desde la ventana. Compartir mates en la arena, buscar trabajo, empezar a hacer lazos, redes.
Manly es un suburbio de la enorme y hermosa Sidney, a sólo 20 minutos del CBD. Es el centro de reunión de los amantes del surf, de muchos latinos, en donde es común escuchar español. Muchos Argentinos la hacemos casa. Llenamos estos lugares lejanos de la costumbre de juntarnos, del asado, de los mates, del fernet que siempre es preciado.
Salir con el CV en mano a ver dónde empezar. No quería una oficina, sí tengo un título, una profesión que amo, pero quería vivir otra cosa o ver que quería hacer. Alejarse es tomar perspectiva, es vernos con otros ojos. Hacer otras tareas, liberar la mente a otras posibilidades. Enfrentarnos a nosotros mismos, ponernos otras ropas, otro disfraz, salir a ganarnos. Las primeras entrevistas fueron esas bizarras, con una chica al mejor estilo Barby que de trajecito rosa chicle te hacia grabar un video de presentación.
Después siguió una performance para un parque de diversiones haciendo monerías. Así fue mi primer trabajo australiano en un parque de diversiones, debajo de Harbour Bridge que brilla de noche. Haciendo pasar los nenes a los juegos, subirlos a la alfombra mágica, hacerles entender que de a uno, para que no se arme la pila de chicos abajo. Soltar el pánico escénico hablando por un micrófono, para que levanten los brazos y piernas así el trompo los dejaba caer. Escanear tickets. Volverme loca con la canciones infantiles agudas que se repetían una y otra vez sin parar. Después lo completaba con un hotel, a 2 cuadras de casa, una horas. Hotel familiar en el que ya me habían adoptado. La dueña, una india, me hacia probar todo lo que cocinaba como si fuese la nieta, y lloró cuando me fui.
Vivíamos en la vecindad, los que pasaron por Manly conocerán Malvern. No hay quien no haya al menos compartido una cena, o usado un sillón de ese conventillo en su paso por la playa. Era vivir amontonados a veces, compartir cenas, vivir con hombres que eran más ordenados que yo y me retaban cada vez que dejaba cosas mal puestas y casi me barrían la suerte si no levantaba los pies. La comunidad, cambio de cuchetas, camas, caras que se iban, otras que volvían, sesiones de terapia, cumples compartidos, charlas de balcón. Los días en la playa. Los amigos que, aunque nos separamos, siguen estando siempre.
Fue de esos lugares a los que siempre volví en cada parada. En verano, fueron mis amigas de casa, la moonshine de los domingos en reggae de “EL Steyne”. Es el bar del barrio, que se llena los lunes que hay descuento y hay más gente hablando español que Australianos, lo aseguro. Fue después un trabajo de oficina haciendo diseño gráfico, completarlo con reparto de volantes. Salir de vestimenta deportiva a la mañana y transformarme a la tarde en la diseñadora.
Ir a la City en ferry, de compras. Seguir quedando con la boca abierta como la primera vez admirando el OPERA HOUSE, más aún si era atardecer. El cielo parece de mentira, siempre daba la impresión que era una postal de foto, el puente, el opera brillando, los barcitos de The Rocks.
Festejar mis cumples con luces, cada vez en Mayo cuando se hace el VIVID. Es un festival al aire libre donde se iluminan diferentes edificios de la ciudad, con proyecciones espectaculares. Tratar de sacar buenas fotos y nunca conseguirlo. Tuve la suerte de verlo 2 veces y fue increíble.
Es mi casa de ese lado, es esos lugares donde vuelvo, y siempre sé cómo llegar. Sentirse en casa, ese simple olor a Manly. La mezcla del aroma de los restaurantes con los pinos de la playa. Los colores del mar, el sabor a casa, un pedacito de mi sé que habré dejado girando por esas calles.
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